jueves, 10 de marzo de 2016

Soles.

En varias ocasiones he cuestionado mi marcada melancolía.

Habiendo tanto sufrimiento en el mundo, preciso yo, me siento triste.
Es naturaleza quizá; es el momento, el clima, el año, la hora. Es estupidez.

Pero entonces entendí que no tiene que ver exactamente con la cantidad de tragedias que hayan sucedido en la propia vida, ni con las heridas, con los traumas o las desgracias.
Sino, a un delicado balance entre el júbilo y el tormento; a la añoranza y a la fortuna de poder evocar recuerdos. Yo soy nostalgia porque dentro de mí hubo semillas que ahora tienen profundas raíces, y río y lloro por los azares de la vida, siempre perdida en el camino.

Y me siento triste porque desde mi ventana veo al sol caer y no puedo hacer nada, no pude y nunca podré.
 Y el tiempo arde y se convierte en cenizas, llevándose consigo dos mil amaneceres.

Yo espero.

Y encuentro formas en el naranja a lo lejos, cuando el cielo y la tierra se dividen.

Y florezco como las penas, en el abismo.

¿Si?