domingo, 22 de abril de 2012

Las 3 de la mañana y las hojas en blanco.

Conversando con un café le pregunté que se sentía que a uno le derramaran leche. (Leche de esa que está como mil grados por debajo de la temperatura caliente del café).
Le pregunté también que se sentía que a uno le metieran una cuchara, le hundieran el azúcar y le hicieran circulitos por dentro.
Me dijo que prefería la leche en polvo, pero que sin embargo cuando el abundante chorro líquido se mezclaba en sus entrañas la sensación era exquisita.
Casi siempre soltaba un humito, una oleada de vapor que abrazaba el rostro y lo bañaba como miles de rociadores miniaturas, y le impregnaban el exótico aroma de los granos tostados.
Ser un café debería ser la misión de todos en el mundo.
Para ver si así escuchamos las conversaciones de los intelectuales, los teólogos, los filósofos y los pobres,  para ver si entonces así vemos a los celadores de la luna cansados, los señores que manejan carros amarillos y los párpados decadentes de un escritor.
Ser un café sería experimentar que se siente que a uno le derramen leche.